En estos momentos, en que tres periodistas de la Cadena SER se encuentran en una comisaría de Marruecos, Ángels Barceló, directora del programa Hora 25 entre ellos; y que probablemente terminarán volviendo en las próximas horas a nuestro país, parece que unas cuantas personas (probablemente decenas, según algunas informaciones) han sido asesinadas por las autoridades marroquíes. Las únicas informaciones que parecen fiables son las que da el propio Marruecos, que confirma 163 detenidos en el campamento de Al Aaiún.
A los periodistas marroquíes y algunos periodistas del periódico francés Le Monde sí les han permitido entrar dentro del cerco informativo de Marruecos. Sin embargo, parece que los periodistas españoles no pueden entrar en la zona del campamento. Eso sí, para haber tenido tres periodistas. A priori de los más importantes a nivel nacional. ¿No han tenido los cojones de salir del hotel? ¿Cómo vamos a informar, si no nos atrevemos a salir de la comodidad de nuestro hotel, donde la seguridad está garantizada? ¿Para qué están los nuevos teléfonos móviles de última generación, que graban video y hacen fotos?
Pues yo os diría lo que haría yo. Saldría a la calle, me mezclaría con la gente, intentaría grabar algo -aunque solo fuera sonido- pero buscaría información. Qué en un lugar así, dudo que sea muy complicado. Tendremos que esperar a que algún saharaui tenga la suerte de tener uno de estos smartphones y pueda informarnos al resto. En este momento, a las informaciones de 163 detenidos, dadas por Marruecos, se contraponen las de más de 2000 detenidos y 4500 heridos por parte del Frente Polisario y los Saharauis. ¿A quién tenemos que creer? Yo no creo a ninguno; sinceramente, imagino un punto medio entre las dos informaciones, que será lo más cercano que estemos de la cifra real.
Y ya que estamos, que muera un ciudadano español en el Sáhara Occidental a mi me parece un tema de Estado. El Gobierno se tiene que implicar ya, y a ver si nos enteramos, que Moratinos ya no es nuestro ministro de exteriores, y sino que no lo hubieran echado. Este problema nos afecta a los españoles; queramos o no, y espero que la gente salga a la calle.
Hoy he tenido una recuperación de moral importante. Ya llevaba unos días obligándome a mí mismo a seguir escribiendo en el blog, diciéndome que se trata de algo que debe ser constante, que hay que cuidar a los pocos lectores que tengas (que deben de ser algunos, porque sino no se explican las visitas diarias buscando algo nuevo). Pues bien, hoy he asistido, en la Universidad Carlos III de Madrid a una serie de charlas-coloquio sobre periodismo y derechos humanos.
En primer lugar, Rafael Maturana, de Reporteros Sin Fronteras, expuso la situación actual de los periodistas en las distintas partes del Globo; incluyendo por supuesto el número de muertos que ya asciende a 35 en todo el mundo y a los que se suman dos colaboradores también asesinados. Un número aún mayor es el de los periodistas, colaboradores o ciberactivistas (un concepto acuñado en los últimos años, gracias en parte a la prolificación de las redes sociales) que son encarcelados a lo largo de todo el mundo; especialmente en China.
A continuación vino la charla que más interés tenía para mí, personalmente. Mayte Carrasco, reportera freelance que ya trabajó para Telecinco o Público, y que nos expuso un mundo muy complicado, sobre todo de cara a la corresponsalía en el extranjero, a los enviados especiales y a los corresponsales de guerra. ¡Qué casualidad! ¡Justo lo que quiero hacer yo! Sin embargo, y a pesar de admitir lo duro que es y cómo ha estado a punto de tirar la toalla en diversas ocasiones, nos animó a trabajar duro y conseguir nuestras metas.
Lo cierto es que se nos presenta un panorama muy complicado de cara a los futuros periodistas. La información de calidad se ha ido sustituyendo por información rápida y apenas contrastada, «buscando el titular, el boom, el click en la noticia». En palabras de Mayte Carrasco, internet es una herramienta muy buena para la publicación de la información; sin embargo, el periodista es necesario para explicar esta información. Y me gustaría enlazar esto con lo que posteriormente diría Rosa María Calaf; «igual que un ciudadano no puede montar un hospital ni operar a un paciente, otro ciudadano tampoco puede ejercer de periodista (hablando acerca del nuevo «periodismo ciudadano»)». También afirmaba la gran periodista, que fue corresponsal para Televisión Española durante más de treinta años, que, sin embargo, «este nuevo periodismo ciudadano puede aportar grandes cosas, aunque sin llegar a compararse al periodismo de verdad».
Otra idea que quería destacar de la charla de Mayte Carrasco es la de estos nuevos periodistas recién salidos de la facultad y que terminan trabajando de cualquier cosa cobrando unas cantidades mínimas. «Debemos tener un poco de ética, un poco de amor propio, y saber decir que no, que es una cualidad que, al final de nuestra carrera se verá recompensada.» Y es que, un periodista tiene que saber decir que no muchas veces; porque sino ocurren casos como el de Antonio Pampliega, que trabaja para Público, y que (al parecer, no he podido comprobarlo) apenas cobra por hacer unos reportajes en lugares como Afganistán o Marruecos, donde se juega la vida.
Ante esta visión del mundo, totalmente realista y contada por alguien que lo ha vivido de cerca, aparece ante nosotros Rosa María Calaf. Apenas quiere exponer, nos confiesa, ya que prefiere que seamos nosotros quienes hagamos las preguntas, y nos conteste ella en función de lo que realmente nos interesa (prometiendo que intentará no enrollarse). Vemos dos de sus reportajes, muy interesantes, acerca de Corea del norte (año 2000) y de la situación de los periodistas en Filipinas (2008), tras los cuales nos comenta unos breves segundos su opinión acerca de la situación del periodismo en la actualidad.
Se nos presenta un mundo totalmente digitalizado en el que «los medios de comunicación han pasado de ser un mecanismo de transmisión de la información y del conocimiento, a serlo del desconocimiento», afirma Rosa María Calaf. «La propia agenda de los periodistas está delimitada totalmente por los empresarios, que únicamente buscan el beneficio propio. Esto se ve claramente en las portadas, como por ejemplo en el caso muy cercano de los premios Principe de Asturias, de los que apenas se habló de la selección española de fútbol» (aunque en cadenas como La 1 no ocurrió así). Por último, de esta charla y sobretodo para no extenderme más, me quedo con la idea de que «Se está creando una sociedad que consuma pero que no piense». Y esto es un grave problema.
Por último añado un corto video subido por la web Periodismo Humano, que recomiendo a todos, y que resume bastante bien la opinión de Rosa María Calaf acerca del periodismo en estos tiempos..
Editado: Añado un video más, de las primeras jornadas de Periodismo y Derechos Humanos de la UC3M. Descubierto en Twitter gracias a Aurelio Martín.
Llegar a tu habitación de la residencia un martes a la una de la noche no suele ser algo para nada normal a pesar de que me ocurriera así ayer. El metro, una hora y pico antes parece territorio de nadie. Apenas unas pocas personas lo utilizan a horas tan tardías entre semana y como mucho se puede ver a alguna pareja, o joven ejecutivo, volviendo de sus respectivos viajes -nacionales o internacionales- una que otra señora mayor, de esas que siempre poblan el metro, y un buen puñado de gente joven, quizá algunos demasiado jóvenes. En el viaje de ayer en metro, mientras esperaba en la estación, me ocurrió algo que aún no me había sucedido desde que llegué a Madrid.
La falta de entendimiento entre dos personas se puede producir por distintos motivos. El más típico suele ser el de la lengua, sobretodo en un mundo globalizado como el nuestro en el que podemos encontrarnos con personas de casi cualquier parte del Globo. Sin embargo, también puede darse una falta de entendimiento diferente, el malentendimiento. A mí, me ocurrió la primera. Un hombre, de unos treinta y pocos años se me acercó (a seis minutos de que llegara el siguiente vagón) y me preguntó algo; pues bien, necesité escuchar tres veces lo que me decía para comprender que estaba esperando a un amigo que no llegaba. Yo pensé, «¿Y qué? Dime que es lo que quieres de verdad.» A lo que, pareció leerme la mente y, acto seguido me preguntó (o conseguí entender) si podía prestarle un momento mi teléfono móvil con el objetivo de hacer una llamada.
Ahora me tocaba a mí, las tres repeticiones siguientes fueron necesarias (y aún no estoy seguro de si me entendió) para contarle como mi móvil se había quedado sin batería -cosa para nada extraña, está a punto de cumplir los cuatro años y medio-. El hombre pareció irse convencido y yo había pasado tres de los seis minutos que tenía que esperar. Por supuesto, no acabó ahí. Llegó lo peor. El hombre volvió y comenzó a preguntarme si sabía por donde se iba al «Picio» o al menos eso es lo que entendí. Por más que le hice repetir sus palabras, en una mezcla de inglés y español entremezclados con su propio idioma, que sabrá dios cuál era; no logré captar más que eso, así que (pobre de mí) le mandé al servicio, que fue la palabra más parecida que se me ocurrió.
Al rato llegó el metro y terminó ese momento de desentendimiento tan horrible, no por mi parte, sino por parte de este hombre que espero encontrase a su supuesto amigo. Al resto del viaje ya estoy acostumbrado, lo que no quiere decir que me guste, y estoy deseando el piso en gran parte por ello. Entre John Grisham y un fantasma que afirmaba con gran convicción al conductor del autobús como está actualmente saliendo con cuatro colombianas, una ecuatoriana, una brasileña y una hondureña (de las que no se si será cierto lo que el chaval decía, pero si lo es me gustaría comprobarlo) se me hizo el viaje hasta entretenido; aunque lo mejor fue la sentencia de un hombre tras bajarse este chico en su parada: «¡Con tres más como este el resto nos quedamos a dos velas!»
Hay ocasiones en que los fines de semana no son lo más perfecto que a uno le gustarían. Generalmente empiezan bien, ya sea por esa sensación que nos produce el viernes (en mi caso el jueves) de que vamos a poder descansar, cosa que no siempre es cierta ya que en muchas ocasiones más que descansar terminamos cansándonos más esos dos o tres días. Como digo, mi fin de semana comenzó con bastante buen pie, con los amigos, aunque, según llegó el domingo las cosas comenzaron a empeorar.
A la mala suerte, escepcional seguramente, pero que no sienta nada bien, se unió la derrota de un equipo que es mucho más en mi corazón. Es un sentimiento, es parte de mí. La derrota, sin embargo, no es lo que más duele. Lo peor de todo, es observar con impotencia como todo lo malo que podía ocurrir, ocurre. Alguno lo llamará Karma, o algo así, pero dudo que algo así nos pudiera ocurrir a nosotros. Como es posible que el karma quiera dar una lección a una entidad que, gracias a personas que, supuestamente, venían a salvar a un club y luego lo arruinaron, no tenga ni un duro.
Lo que más me jode, y me jode de verdad, es que nosotros no nos jugamos un posible descenso a otra categoría; cosa que al fin y al cabo se puede superar (en 2005 lo hicimos). Lo que de verdad nos jugamos es la desaparición de un club que, a mi entender, y creo que al de mucha más gente, es histórico. Claro que, cosas así no les van a pasar a los grandes magnates del fútbol español. Me encanta escuchar las deudas de equipos de primera de 400 o 300 millones, o de 52 como el español, que tampoco tienen que ser solo el Madrid y el Barça.
Pues bien, nosotros, tenemos una pequeña deuda de 22 millones aproximadamente. Gran parte con hacienda claro está, tras unos cuantos años sin poder pagar esa deuda (es lo que tiene estar en segunda, que apenas ganan nada los equipos; al contrario, solo logran endeudarse más). En mi opinión, esto es muy triste, pero nadie hace nada por evitarlo ni por proponer soluciones; ni siquiera a aquello más triste aún, que son los equipos de categorías inferiores a la segunda división española. Gente, que intenta dedicarse a aquello que le gusta, pero que ve como sus mujeres y familias tienen que mantenerles y como la nómina no llega a casa… tras seis meses o más.
Diario de Bitácora 
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