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Un documental (crítico), para que sea bueno, debe hacernos daño. El golpe tiene que ser tan fuerte que, desde ese momento, cada vez que el tema se nos pase por la cabeza, siempre que la información mostrada sea verídica y contrastada, recordemos ese dolor visual, completamente psicológico, que el documental nos creó cuando lo vimos.
Un buen documental crea su propio espacio en nuestra cabeza, en nuestro cerebro. Se sitúa junto a las ideas importantes, junto a aquellas que definen nuestra forma de ser; nuestra forma de pensar; nuestra forma de actuar. Sin embargo, antes de eso, pasa por la zona de nuestros recuerdos. Se pasea por las noches horribles sin dormir, por nuestras peores pesadillas, por nuestros traumas infantiles; y todo esto queda unido a esa idea central del documental.
En este momento, esa idea es para mí la de los delfines. No delfines cualquiera; sino los 23.000 que son asesinados anualmente en las costas de Japón para, posteriormente, ser vendidos como una delicatessen aunque bajo el nombre de otro animal. Esta idea ha sido generada por, si no el mejor, uno de los mejores documentales que he visto nunca. The Cove. Os lo recomiendo a todos.
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