[tweetmeme source=»a_orfao» only-single=false https://laperegrinadesalem.wordpress.com%5D
El cuarto día comenzó bien temprano –como todos los días de estas vacaciones- aunque en esta ocasión con mayor motivo. Y es que, si vas a visitar un volcán, mejor hacerlo antes de que empiece el calor. Imaginaos el infierno que es Timanfaya cuando despierta a las nueve de la mañana con treinta y dos grados centígrados. ¡No me extraña que el icono que se le ocurrió a César Manrique fuera un diablo!
Lo cierto es que, una vez entra uno en el “recinto” del Parque Nacional de Timanfaya se queda desolado. Para empezar, lo llamo recinto por llamarlo así, ya que es completamente natural. Estás obligado a utilizar la única carretera de acceso que hay, debido a que, alrededor, el paisaje está formado por grandes trozos de lava petrificados. Por supuesto, el paisaje volcánico canario es impresionante, pero para eso están las fotografías que, lo siento mucho, tendrán que esperar (por motivos técnicos) hasta mi llegada a la capital. Otro fenómeno digno de ver son los huecos en la zona más caliente del parque. Desde observar cómo la paja prende sin la aparente ayuda de nada, a los géisers alcanzando más de tres metros de altura. Lo más divertido, sin duda, es el restaurante de ahí arriba, diseñado por César Manrique (quién sino) y en el que la comida es cocinada al calor de la tierra.
Y hablando de fotos y de construcciones de César Manrique, tengo que recordar (ya que ayer lo olvide por completo) el Jardín de los Cactus, donde hice sin duda unas de las mejores fotografías de este viaje.
Tras la visita, comenzamos un recorrido más exhaustivo por el sur de la isla. Comimos, pero que muy bien, en el pequeño pueblo costero de El Golfo y, tras un paseíllo como digestión por la playa del pueblo, baño incluido por mi parte, visitamos la Charca de los Clicos, los Hervideros y echamos un vistazo más de cerca a las Salinas.
Ya para terminar el día y, a eso de las siete que ya había menos gente, nos dirigimos a una pequeña cala protegida de cualquier tipo de agentes externos. La Playa del Papagayo. Sólo me arrepiento de una única cosa, no haber tenido en ese momento unas gafas con las que bucear por aquella zona. Además de limpísima, estaba llena de vida por todas partes.
Ya el día siguiente fue algo más tranquilo. Con menos cosas que visitar y siendo domingo, fuimos por la mañana al famoso mercadillo dominical de la ciudad de Teguise. Por mi parte no hice ninguna compra –aunque tampoco la necesitaba-; eso sí, disfruté enormemente de la música en directo de los artistas locales, que no eran nada malos.
Justo antes de comer, visitamos también la casa de César Manrique. ¡Y qué casa! Yo de mayor quiero una así. Sencillamente era impresionante y digna de ser contemplada.
Después, y tras comer frugalmente en Arrecife, paseamos junto al Castillo de San Gabriel, donde daban ganas de bañarse, y visitamos el Castillo de San José. Éste último ha sido convertido en un Museo de Arte Contemporáneo, pequeño, pero con buen contenido. Por último, y aunque aún era pronto, fuimos hasta la playa de Famara; famosa entre otras cosas por las buenas olas que en ella pueden disfrutar los surfistas.
Sin embargo, no tuvimos muchas suerte ya que el viento y una ondeante bandera roja que se repetía a lo largo de toda la playa nos lo impedían. Por lo menos, de vuelta al hotel y a Playa Dorada, pudimos disfrutar de un baño bien refrescante. Y, ya que estamos, del principio de Liga.
Comentarios recientes