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Lanzarote – Días 4 y 5: Fuego y Agua

30 Ago

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El cuarto día comenzó bien temprano –como todos los días de estas vacaciones- aunque en esta ocasión con mayor motivo. Y es que, si vas a visitar un volcán, mejor hacerlo antes de que empiece el calor. Imaginaos el infierno que es Timanfaya cuando despierta a las nueve de la mañana con treinta y dos grados centígrados. ¡No me extraña que el icono que se le ocurrió a César Manrique fuera un diablo!

Lo cierto es que, una vez entra uno en el “recinto” del Parque Nacional de Timanfaya se queda desolado. Para empezar, lo llamo recinto por llamarlo así, ya que es completamente natural. Estás obligado a utilizar la única carretera de acceso que hay, debido a que, alrededor, el paisaje está formado por grandes trozos de lava petrificados. Por supuesto, el paisaje volcánico canario es impresionante, pero para eso están las fotografías que, lo siento mucho, tendrán que esperar (por motivos técnicos) hasta mi llegada a la capital. Otro fenómeno digno de ver son los huecos en la zona más caliente del parque. Desde observar cómo la paja prende sin la aparente ayuda de nada, a los géisers alcanzando más de tres metros de altura. Lo más divertido, sin duda, es el restaurante de ahí arriba, diseñado por César Manrique (quién sino) y en el que la comida es cocinada al calor de la tierra.

Y hablando de fotos y de construcciones de César Manrique, tengo que recordar (ya que ayer lo olvide por completo) el Jardín de los Cactus, donde hice sin duda unas de las mejores fotografías de este viaje.

Tras la visita, comenzamos un recorrido más exhaustivo por el sur de la isla. Comimos, pero que muy bien, en el pequeño pueblo costero de El Golfo y, tras un paseíllo como digestión por la playa del pueblo, baño incluido por mi parte, visitamos la Charca de los Clicos, los Hervideros y echamos un vistazo más de cerca a las Salinas.

Ya para terminar el día y, a eso de las siete que ya había menos gente, nos dirigimos a una pequeña cala protegida de cualquier tipo de agentes externos. La Playa del Papagayo. Sólo me arrepiento de una única cosa, no haber tenido en ese momento unas gafas con las que bucear por aquella zona. Además de limpísima, estaba llena de vida por todas partes.

Ya el día siguiente  fue algo más tranquilo. Con menos cosas que visitar y siendo domingo, fuimos por la mañana al famoso mercadillo dominical de la ciudad de Teguise. Por mi parte no hice ninguna compra –aunque tampoco la necesitaba-; eso sí, disfruté enormemente de la música en directo de los artistas locales, que no eran nada malos.

Justo antes de comer, visitamos también la casa de César Manrique. ¡Y qué casa! Yo de mayor quiero una así. Sencillamente era impresionante y digna de ser contemplada.

Después, y tras comer frugalmente en Arrecife, paseamos junto al Castillo de San Gabriel, donde daban ganas de bañarse, y visitamos el Castillo de San José. Éste último ha sido convertido en un Museo de Arte Contemporáneo, pequeño, pero con buen contenido. Por último, y aunque aún era pronto, fuimos hasta la playa de Famara; famosa entre otras cosas por las buenas olas que en ella pueden disfrutar los surfistas.

Sin embargo,  no tuvimos muchas suerte ya que el viento y  una ondeante bandera roja que se repetía a lo largo de toda la playa nos lo impedían. Por lo menos, de vuelta al hotel y a Playa Dorada, pudimos disfrutar de un baño bien refrescante. Y, ya que estamos, del principio de Liga.

Lanzarote – Día 1: Llegada

28 Ago

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Siete de la mañana. Suena el despertador y, tras mis merecidos quince minutos de remoloneo, me dirijo aún medio dormido hasta la ducha. Como sigo en modo viajero (coño, que voy a volar), pues paso de afeitarme. Aunque esta es sólo una excusa más que se une al detalle de que el dichoso neceser ya está bien cerrado dentro de la maleta.

Ni cinco minutos tardo en vestirme. Uno, que es previsor y piensa (no prepara) antes de dormirse la ropa que llevará al día siguiente. Es una buena manera de pasar ese rato hasta que entra el sueño.

Y a por el desayuno. Poco, que no hay mucha hambre, aunque como siempre acompañado del periódico, que no puede fallar; y menos antes de salir de viaje. ¡Hay que enterarse de las cosas!

Sobre el viaje a Madrid, poco que destacar. Algo menos de dos horas de coche, con un paisaje que cada vez se me repite más y del que ya conozco todos los detalles. Apenas una anécdota del viaje: el momento en que mi madre, con esa cabezonería típica de nuestra familia, se empeña en hacer provincia a la pobre isla de Lanzarote. Lo peor en estos casos es la gente que no está segura de lo que acaba de decir y, ante la duda, lo respalda: “¡Si tiene matrícula y todo!” Esto termina provocando la carcajada general y el golpe de razón en la cabeza materna.

Ya en Barajas, da gusto tener un padre así de viajero (espero llegar a eso algún día). No solamente un parking VIP, sino, incluso, un aparcacoches. Pero lo mejor  viene a continuación. Tras pasar los controles –en los que, por cierto, me han obligado a quitarme los zapatos, cosa que me parece degradante hasta el extremo- llegamos a la “zona de espera” del aeropuerto, o así la llamo yo, que ya tengo algo de experiencia en esto.

Para cualquier viajero-turista estándar, este momento se convierte en aproximadamente una hora de espera encima de una incómoda silla de plástico y pagando un carísimo bocata (que casi siempre sabe igual que la silla). Para mí, hoy –y en parte como compensación por el fallido intento de entrada en la sala VIP de Air France situada en el aeropuerto Charles Logan de Boston- no ha sido así.

Ya nunca será lo mismo viajar en avión sin una sala así. Comida y bebida gratis, en la cantidad que quieras. Los sillones más cómodos que la imaginación humana pueda crear en su mente. (Aunque a lo mejor, el clímax del relax del momento hace que exagere un poco). Y, por si pareciera poco, revistas y periódicos gratis. El país y La Razón a la cartera (el mundo ya venía leído de casa) pero, sobretodo, Esquire. Esto es una buena revista para hombres y no esas FHM, Siete, etcétera, etcétera. La descubrí hace poco (tan solo tiene 3 años en España, en su versión británica tiene más de 70), pero ya soy asiduo. Un detallito más, antes de entrar al avión. En la sala VIP estaba Pilar Rubio. Sí, la misma. Y me reafirmo: Berta es mucho más guapa y simpática que ella.

Sobre el viaje de avión, al igual que sobre el de ida hacia Madrid, hay poco que contar. Viaje corto, avión pequeño e incómodo, pero una buena lectura (de nuevo Esquire) ayuda. A pesar de ello me arrepiento de no haber traído cascos; sobretodo yo que iba ya pensando en ver el último capítulo de Futurama, que están haciendo una temporada nueva impresionante. Pero puede esperar. Llegamos a Lanzarote, así que me salto la aburrida parte del aterrizaje, protagonizada en esta ocasión por un piloto que debía de estar a uvas. Fue horrible. Sin embargo, terminó con una anécdota graciosa; ya que, al frenar completamente, el «público» de pasajeros aplaudió entusiasmadamente -de alivio-, a lo que un hombre dio palabras a mis pensamientos entonando un: «¡Pero si lo ha hecho como el culo!»

El paisaje conejero (de Lanzarote) es una cosa muy extraña. La isla, de origen volcánico, parece extraída de uno de esos típicos decorados utilizados en los viejos westerns, con la pequeña peculiaridad de los volcanes que se muestran, a veces tímidos y otras amenazantes, aquí y allá. A esto se le añade la maravilla del mar. Bueno, el océano. Lo cierto es que, en este momento, pensé en Saramago. Comprendí el por qué de este lugar especial. Parece una mezcla de continentes. La arodez de la tierra volcánica se junta con la placidez marina y ambas se refugian en las miles de construcciones que parecen recién arrancadas del pueblo más bonito de África. Un blanco de dientes de anuncio, de Antártida, que se cuela en medio de la nada. Apasionante.

Entre estas divagaciones de mi mente llegamos al hotel. Nunca había visto una maravilla como esta. Las cinco estrellas se las merece con creces. En estos momentos me pregunto si mi padre es tan importante como para que le salga gratis una semana aquí. ¡Y encima le pagan!

Es cierto que esto ahora ya son recuerdos y que no son parte de hoy, sino del día 25, sin embargo, es la primera vez que tengo Internet así que, les ruego me disculpen, y prometo darles más envidia mañana, a la misma hora; la última.

Viaje de vuelta

12 May

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Llegar a tu habitación de la residencia un martes a la una de la noche no suele ser algo para nada normal a pesar de que me ocurriera así ayer. El metro, una hora y pico antes parece territorio de nadie. Apenas unas pocas personas lo utilizan a horas tan tardías entre semana y como mucho se puede ver a alguna pareja, o joven ejecutivo, volviendo de sus respectivos viajes -nacionales o internacionales- una que otra señora mayor, de esas que siempre poblan el metro, y un buen puñado de gente joven, quizá algunos demasiado jóvenes. En el viaje de ayer en metro, mientras esperaba en la estación, me ocurrió algo que aún no me había sucedido desde que llegué a Madrid.

La falta de entendimiento entre dos personas se puede producir por distintos motivos. El más típico suele ser el de la lengua, sobretodo en un mundo globalizado como el nuestro en el que podemos encontrarnos con personas de casi cualquier parte del Globo. Sin embargo, también puede darse una falta de entendimiento diferente, el malentendimiento. A mí, me ocurrió la primera. Un hombre, de unos treinta y pocos años se me acercó (a seis minutos de que llegara el siguiente vagón) y me preguntó algo; pues bien, necesité escuchar tres veces lo que me decía para comprender que estaba esperando a un amigo que no llegaba. Yo pensé, «¿Y qué? Dime que es lo que quieres de verdad.» A lo que, pareció leerme la mente y, acto seguido me preguntó (o conseguí entender) si podía prestarle un momento mi teléfono móvil con el objetivo de hacer una llamada.

Ahora me tocaba a mí, las tres repeticiones siguientes fueron necesarias (y aún no estoy seguro de si me entendió) para contarle como mi móvil se había quedado sin batería -cosa para nada extraña, está a punto de cumplir los cuatro años y medio-. El hombre pareció irse convencido y yo había pasado tres de los seis minutos que tenía que esperar. Por supuesto, no acabó ahí. Llegó lo peor. El hombre volvió y comenzó a preguntarme si sabía por donde se iba al «Picio» o al menos eso es lo que entendí. Por más que le hice repetir sus palabras, en una mezcla de inglés y español entremezclados con su propio idioma, que sabrá dios cuál era; no logré captar más que eso, así que (pobre de mí) le mandé al servicio, que fue la palabra más parecida que se me ocurrió.

Al rato llegó el metro y terminó ese momento de desentendimiento tan horrible, no por mi parte, sino por parte de este hombre que espero encontrase a su supuesto amigo. Al resto del viaje ya estoy acostumbrado, lo que no quiere decir que me guste, y estoy deseando el piso en gran parte por ello. Entre John Grisham y un fantasma que afirmaba con gran convicción al conductor del autobús como está actualmente saliendo con cuatro colombianas, una ecuatoriana, una brasileña y una hondureña (de las que no se si será cierto lo que el chaval decía, pero si lo es me gustaría comprobarlo) se me hizo el viaje hasta entretenido; aunque lo mejor fue la sentencia de un hombre tras bajarse este chico en su parada: «¡Con tres más como este el resto nos quedamos a dos velas!»

Cuaderno del Puerto de Santa María I

9 Abr

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Como algunos sabréis, en este momento me encuentro en el Puerto de Santa María (provincia de Cádiz) de «segundas vacaciones» y, ya que por las noches no tengo mucho que hacer; porque es lo que ocurre cuando viajas con la familia, pues he decidido hacer un breve resumen diario de mis aventuras (o aburridos sucesos según se den). Lógicamente, al llegar ayer tardísimo, no hay mucho que contar y preferiría empezar el viaje desde esta mañana.

El tener horario de desayuno nos obliga, aun estando de vacaciones, a hacer el doloroso esfuerzo de levantarnos más pronto. Pero vale la pena. Y es que lo que de verdad me encanta de los hoteles es el buffet libre del desayuno. En ocasiones puede que llegues con mal estómago o que no te apetezca nada de comida en ese momento pero, ¡Hay tanto donde elegir! Esta mañana, después del reconstituyente desayuno nos pusimos en marcha hacia la capital de la provincia. Tras un poco de remoloneo, a eso de las once y pico nos situamos en el centro histórico de la ciudad.

El día empezó con algo de mala suerte ya que desgraciadamente el teatro romano estaba en obras así que, tras echar una mirada a la costa de película que acababa de aparecer ante nuestras narices. A pesar de las vistas, aún había mucho que ver y en seguida nos dispusimos a subir a la torre de la catedral. Siendo el punto más alto de la ciudad (y encima siendo esta una ciudad costera) se convierte en lo que los francotiradores llaman un «nido de aguila», es decir, un punto alto desde el que se puede controlar los alrededores. Y así hicimos. Una vez vista la ciudad desde arriba es mucho más sencillo ubicarse y encontrar las cosas. Dimos un paseo por la zona histórica de la ciudad y por último, antes de comer, nos acercamos al fuerte de San Sebastián, pasando por la playa de las Caletas (primera vez del año que piso una playa); y, aunque estaba cerrado las vistas (y las fotos) lo merecieron.

Tocaba comer, y eso para nada es complicado en un país como España. Y mucho menos en el sur. Chopitos, tortillas de camarones, chanquetes, papas aliñás u ortiguillas son solo algunos de los pequeños manjares que es imposible encontrar en otro lugar. Una vez terminamos la comida visitamos algunos edificios históricos como el Teatro Falla, en honor al insigne músico de Cádiz, o el museo de las Cortes (también en restauración debido al futuro bicentenario de la Pepa). Me encantaron también los jardines de la Alameda y el Parque Genovés, llenos de fuentes y enormes acacias, creo que en pocas ciudades he visto zonas verdes tan buenas.

Por último, y además de algunas compras, visitamos el Castillo de Santa Catalina, con unas cuantas exposiciones en su interior y seguramente el fruto de las mejores fotos del día, que aún tengo que revisar. Tras eso, cena y vuelta al hotel, hasta el momento de empezar este resumen (que me ha durado un buen rato).

Mañana más.